La audaz travesía de Bertha Benz con el Patent-Motorwagen no solo demostró el potencial del automóvil, sino que cambió para siempre la historia de la movilidad.
Ah, el ‘carruaje sin caballos’ de 1886… La distinguida invitada conocía cada rincón de aquella máquina; entendía cada gota de sangre y lágrimas invertida en darle vida, pues eran suyas y de los que amaba.
Bertha Benz —esa anciana dama que aceptaba graciosamente felicitaciones de cumpleaños— había declarado alguna vez: “Antes de mí, no existía el automóvil.” Los historiadores pueden revisar documentos y analizar cronologías, pero ¿quién podría contradecirla? Vivimos en el mundo de Bertha.
Nacida el 3 de mayo de 1849 en Pforzheim, en el entonces Ducado de Baden, Cäcilie Bertha Ringer era una niña inquisitiva que creció para convertirse en una estudiante seria y ambiciosa, fascinada por las innovaciones de su tiempo. Sin embargo, en aquella época y lugar, las universidades eran territorio prohibido para las mujeres, incluso para una tan decidida y con recursos como Bertha.
Afortunadamente, el destino tenía otros planes. Carl Benz, un joven ingeniero mecánico de 24 años proveniente de Mühlburg, luchaba contra los negocios mal gestionados y soñaba con grandes inventos. Tal vez fue el destino, tal vez una mera coincidencia, pero cuando Carl y Bertha se conocieron durante una excursión social en junio de 1869, algo cambió para siempre. La chispa en los ojos de Carl no pasó desapercibida para Bertha, y juntos formaron una de las primeras “power couples” de la historia automovilística.
Con su dote, Bertha compró la parte de su socio comercial y, en julio de 1872, la pareja contrajo matrimonio. Pero su aporte no se limitó a lo económico; Bertha era la base de una familia en crecimiento, quien alentaba a Carl y aportaba soluciones prácticas en los tiempos difíciles.
Fue Bertha quien, la víspera de Año Nuevo de 1879, sugirió: “Vamos al taller e intentemos una vez más.” Y cuando el primer motor de combustión interna cobró vida aquella noche, ambos escucharon juntos el sonido del futuro. De ahí en adelante, se embarcaron en la búsqueda de un sueño: un vehículo integrado, diseñado específicamente para ser un automóvil.
Tras días en el taller probando sistemas incompletos y noches devanando bobinas de encendido, en 1885 finalmente surgió una máquina completa. El Benz Patent-Motorwagen nació en enero de 1886, cuando se le concedió la histórica patente. No obstante, pese a los esfuerzos de Carl por perfeccionarla, el automóvil no logró capturar la imaginación de la gente. La prensa se burlaba y la iglesia lo calificaba como una obra del diablo.
Algo debía hacerse… y Bertha tomó las riendas.
En agosto de 1888, sin informarle a Carl, Bertha emprendió un viaje legendario junto a sus hijos Eugen y Richard. Recorrió más de 100 kilómetros desde Mannheim hasta Pforzheim en el Benz Patent-Motorwagen, enfrentando caminos de tierra, pendientes y problemas mecánicos que ella misma resolvió. Fue la primera persona en realizar un viaje largo en automóvil, demostrando no solo la fiabilidad de la máquina, sino también el potencial revolucionario del automóvil para la sociedad.
Durante la travesía, Bertha solucionó problemas mecánicos improvisando con una horquilla para limpiar una tubería bloqueada y utilizando una liga para reparar el sistema de encendido. Incluso paró en farmacias para adquirir éter como combustible, dando origen a las primeras estaciones de servicio de la historia.
La hazaña de Bertha cambió la percepción pública. La prensa dejó de burlarse y comenzó a hablar del futuro de los automóviles. Los pedidos empezaron a llegar y el resto, como dicen, es historia.
Bertha Benz no solo fue la primera conductora de larga distancia; fue la visionaria que demostró que el automóvil no era un mero capricho mecánico sino una herramienta práctica capaz de transformar el mundo. Hoy, su legado vive en cada carretera y en cada vehículo que recorre el mundo. Vivimos, en efecto, en el mundo de Bertha.